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Asómate a la ventana y mira, escucha, habla...y comparte conmigo tus impresiones.

"Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho..."

Un gran Santo, el más pobre en lo material, pero el más rico en lo espiritual dijo en su lecho de muerte: "Hermanos, comencemos, ya que hasta ahora poco o nada hemos hecho...". Ese gran Santo era Francisco, y si él dijo no haber hecho nada, ¿que hemos hecho nosotros? Empecemos a hacer algo para cambiar el mundo, ¿no os parece?

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jueves, 26 de octubre de 2023

29 y 30 DE AGOSTO: JERUSALÉN – BELÉN – CAMPO DE LOS PASTORES – TEL AVIV – ESPAÑA

 

Con el sabor agridulce que nos producía la impaciencia por las visitas programadas para este día, a la vez que el saber que era la última jornada que pasaríamos en Tierra Santa, nos levantamos y, tras el desayuno, subimos al autobús para comenzar el que, posiblemente, era el día más esperado. Y no era para menos, porque el día prometía, ya que visitaríamos lugares tan privilegiados como el Monte de los Olivos, Getsemaní, la Vía Dolorosa, el Calvario y el Santo Sepulcro. Vamos, todo un recorrido por los evangelios y un viaje espiritual como nunca antes habíamos hecho. Y así nos lo tomamos, como una peregrinación al corazón mismo de la Historia de la Salvación y al centro de nuestro corazón. Por eso, el postre de nuestra visita a Tierra Santa no podría ser mejor.

En primer lugar, nos dirigimos a la Basílica de la Natividad, custodiada por cristianos ortodoxos, donde pudimos contemplar ese lugar privilegiado del planeta Tierra que vio nacer nada menos que al Hijo de su propio creador. Ese punto concreto de la faz de la Tierra en que la historia se partió de medio a medio y para siempre, dando sentido a la humanidad. Señalado con una sencilla estrella de plata, pudimos contemplar todos un espacio que es necesario imaginar, pues para nada se parece a la gruta original en la que la Madre de Dios trajo al mundo al Mesías, al Señor. Queda reservado solo a los ojos de la fe la contemplación de este misterio en este preciso lugar, para lo cual es necesario cerrar los ojos de la cara y mirar hacia dentro, hacia lo profundo de nosotros mismos, pues únicamente desde ahí es posible hacerse una idea de lo que supuso el acontecimiento más grande jamás acaecido en la historia. La cola era larga, pero merecía la pena esperar, pues durante la espera uno podía hacerse a la idea de lo que estaba a punto de contemplar y de la importancia del sitio en que estábamos, y también porque todos y cada uno de los peregrinos que van a Tierra Santa no pueden irse sin haber puesto su mano en ese lugar tan señalado para recordar para siempre que estuvieron en ese sitio tan especial del que nos hablan los evangelistas Mateo y Lucas y del que tan orgullosos se sienten en ese pueblecito palestino llamado Belén. 

Aunque son largas las colas, merece la pena esperar

Se nota el toque ortodoxo

He aquí el lugar más importante del mundo entero

Y de aquí nos fuimos a la zona de Getsemaní, término con el que se señalan tres lugares custodiados por los frailes franciscanos y que hacen referencia a la noche de la traición a Jesús. Esos lugares son el Huerto de los Olivos, la Gruta de Getsemaní y la Basílica de la Agonía (llamada también «Iglesia de las Naciones»). El Huerto de los Olivos es el lugar donde Jesús oró antes de su pasión y muerte, y ahí celebramos la Eucaristía, frente a una de esas piedras que, muy probablemente, pisó el mismo Jesús. Por supuesto, las lecturas de la misa eran las del prendimiento, y cerrar los ojos para pensar en ello, sabiendo que estábamos en el preciso lugar donde todo aquello ocurrió, nos ponía los pelos de punta a más de uno. Sobre todo cuando sales al huerto, lleno de olivos, y miras hacia el Jerusalén viejo y su muralla. ¡Cuántas veces lo contemplaría Jesús en ese mismo estado, con el valle por medio!

«Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los discípulos: “Sentaos aquí, mientras voy allá a orar”. Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: “Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo”. Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y suplicaba así: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú”. Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: “¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: “Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad”. Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Viene entonces donde los discípulos y les dice: “Ahora ya podéis dormir y descansar. Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos!, ¡vámonos! Mirad que el que me va a entregar está cerca”. Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que le iba a entregar les había dado esta señal: “Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle”. Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: “¡Salve, Rabbí!”, y le dio un beso. Jesús le dijo: “Amigo, haz lo que viniste a hacer”. Entonces aquellos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron (Mt 26, 36-50).

Basílica de la Agonía

Entrada al Huerto de los Olivos

Piedra original del monte, frente al altar

Gracias a ellos, no hicimos un viaje, sino una peregrinación

Olivo plantado por Pablo VI

Más o menos así debió lucir este entorno en tiempos de Jesús

De aquí pasamos a la Iglesia del Pater Noster, donde está representada la famosa oración que nos enseñó Jesús en los idiomas más variopintos que existen por todo el globo. Y después, pasamos a echar una última vista a la ciudad de Jerusalén desde el mirador al otro lado del valle de Cedrón. Allí nos echamos las pertinentes fotos de grupo y continuamos la bajada para ir directos a la Piscina de Betesda, la cual es mencionada en la Biblia como el lugar donde la gente iba a lavarse en sus aguas medicinales. Aquí Jesús obró uno de sus milagros, curando a un paralítico que llevaba nada menos que treinta y ocho años esperando la oportunidad de curarse en esas aguas. Esta piscina está junto a la Iglesia de santa Ana, situada en la casa de los padres de María y muy cerca del comienzo del inicio de la Vía Dolorosa, la cual recorrimos haciendo nuestro Vía Crucis, hasta llegar a la Basílica del Santo Sepulcro.

Encontramos el Padrenuestro en español

La piscina probática

Una vía muy especial

Estábamos ya en la recta final de nuestra visita, pero quedaba aún lo mejor. Y así nos adentramos en la concurrida Basílica de la Resurrección, no sin antes subir por una empinada y nada fácil escalera de piedra que los llevó hasta el Gólgota, o lugar donde estaba afianzada la cruz en la que murió nuestro Señor Jesucristo. Debajo de un altar, se esconde un hueco en el que se dice que estaba alojada la cruz, y ahí metimos la mano, para tocar ese importante lugar. Quién nos iría a decir que en un escaso margen de horas tocaríamos con nuestras manos los dos lugares más importantes de nuestra historia, el del nacimiento de Jesús y el de su muerte en cruz. Pero aún nos faltaba por tocar uno mucho mejor, aquel que testimonia que la muerte no es el final de Jesucristo, puesto que fue vencida para siempre. Por eso nos dirigimos al Santo Sepulcro, donde yació nuestro Señor una vez fue descolgado de la cruz y puesto en el sepulcro de José de Arimatea. Fue esta una experiencia impactante que nos dejó a todos mudos, por la hondura del lugar y por lo emocionante de poder tocar con nuestras propias manos la losa en la que se dice que yació y resucitó Jesucristo. Nunca antes de aquel momento, nuestras manos tocaron cosa tan cargada de significado. Se trata de una experiencia de esas que no se pueden contar, sino que se tienen que vivir.

Entrada al Santo Sepulcro

Fachada del templo donde están el Gólgota y el Santo Sepulcro

La subida al Gólgota no es fácil

El Santo Sepulcro

El altar bajo el cual está el agujero donde estuvo la cruz de Cristo

Peregrinos en el Gólgota

Vista del Santo Sepulcro

Y ya el día 30 de agosto era el día en que partíamos para casa, dejando atrás todo lo vivido y aquella tierra, como tantos millones de personas antes que nosotros. Pero ya podemos decir que nuestros pies han pisado la tierra que vio nacer y morir a Jesús, y esa experiencia supera con creces lo siempre triste de las partidas, más aún cuando uno se va de un lugar así para no saber cuándo volverá, o si volverá.

Este último día estaba planeado para levantarnos más tarde, desayunar tranquilamente, hacer las maletas y dirigirnos al aeropuerto de Tel Aviv. Pero como el día anterior fue tan intenso, no nos dio tiempo de visitar el Campo de los Pastores, y por eso decidimos no dejar a los peregrinos sin esa visita y hacerla por la mañana, antes de irnos. Y así lo hicimos, pues nos daba tiempo de sobra a visitar ese magnífico lugar en el que un ángel se apareció a los pastores y les anunció la Buena Noticia de que les había nacido el Mesías, el Señor. Esto fue en la aldea árabe de Beit-Sahur, situada en los campos de Booz, citados en el Libro de Rut.

«…había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente, un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: “No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Y sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado”. Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho» (Lc 2,8-20).

Y nos dirigimos después a Tel Aviv, pero antes, como no podía ser de otra manera, nos despedimos de aquella tierra y de aquel sitio en el que la corte celestial de los ángeles cantaron a coro a los pastores, y con ellos al mundo, que la mayor y mejor noticia jamás dada acababa de darse en aquella pequeña y humilde tierra, y por medio de una más pequeña y humilde familia. Y es que Dios suele hacer las cosas grandes de las formas más sencillas. Y nos despedimos de la mejor forma posible, celebrando la Eucaristía en la gruta de los pastores, rememorando aquel momento para llevárnoslo, como María, en nuestro corazón y para siempre. Y ahí permanecerá, gracias a Dios, porque hemos sido unos grandes privilegiados al poder viajar al mejor sitio y en la mejor compañía.

Última Eucaristía en Tierra Santa

La Gruta de los Pastores

Un pastorcito listo para echarse fotos con turistas

Gracias a todos los que hicisteis posible el mejor viaje del mundo

P.D. No sería justo terminar esta crónica sin agradecer la entrega, el cariño y la gran profesionalidad de nuestro padre, hermano, amigo y guía, Jaime Rubio Pulido, quien nos ha mostrado todos y cada uno de los rincones de Tierra Santa. Él nos ha explicado de forma magistral todo lo que aconteció en la que es, sin duda alguna, la historia más grande jamás contada. Y nosotros estábamos allí, en el escenario donde ocurrió. No sabemos cómo habría sido la peregrinación con otro guía, pero lo que sí sabemos es que mejor no habría podido ser.

P.D. Finalmente, hay que mencionar que todos tenemos un recuerdo agridulce de nuestra estancia en Tierra Santa, pues hemos comprobado, ya desde casa, cómo se han desarrollado los acontecimientos que han derivado en una nueva y más violenta que de costumbre guerra entre Israel y Palestina. Damos gracias a Dios porque no nos pilló allí por poco, puesto que todo ocurrió al poco tiempo de regresar a España. Pero nos acordamos de los que allí quedaron, pidiendo por ellos para que la paz y la esperanza se instalen de una vez y para siempre en esta tierra que desde hace siglos viene presentando al mundo no solo su parte divina, sino también su parte más humana. Y si la divina es digna de ser admirada, la humana no lo es tanto, pues nuestra condición pecadora deja siempre patente que, aun en la tierra del artífice de la paz, la guerra sigue siendo una constante en la historia de la humanidad.

martes, 17 de octubre de 2023

28 DE AGOSTO: MONTE SIÓN – BELÉN

 

El día de hoy prometía, pues junto con el del día siguiente, constituye el plato fuerte de la peregrinación. Después de tantos kilómetros recorriendo el norte de Israel y toda Jordania de norte a sur, todos teníamos ya ganas ya de disfrutar de la ciudad más famosa del mundo, esa que fue testigo del acontecimiento más importante jamás acaecido. Porque lo más importante de la Historia de la humanidad no es que el hombre haya pisado la Luna, sino el hecho de que el Hijo de Dios ha pisado la Tierra. Y nosotros hemos estado en todos y cada uno de los lugares por los que transitó Jesús, desde su nacimiento hasta el comienzo de su vida pública. Solo nos faltaba el más importante, Jerusalén, llamado “el quinto Evangelio”, ese que no está escrito en papiro o pergamino, sino en piedra. Porque en Jerusalén las piedras gritan a coro que ellas ya estaban allí cuando el nuevo Adán pagó con su sangre el precio de nuestro rescate, firmando así una nueva y definitiva Alianza entre Dios y los hombres de todas las generaciones y de todos los lugares del mundo. Ellas rezuman historia por los cuatro costados y testifican con su presencia que Dios ha hablado, que ha dicho todo lo que tenía que decir en Jesucristo, que Él es su última palabra, la Palabra hecha carne y entregada en sacrificio perpetuo por la humanidad. Y nosotros, peregrinos, estábamos allí…

Foto del grupo desde el mirador de Jerusalén

Tras el desayuno, nos subimos al bus y pusimos rumbo al Monte Sión, donde visitaríamos el Cenáculo, la Basílica de la Dormición de la Virgen y la Iglesia de San Pedro in Gallicantu. Pero como es natural, antes había que entrar dentro del recinto amurallado. Y lo hicimos por la Puerta de las Basuras, una de las ocho puertas de entrada a la ciudad vieja de Jerusalén. Este peculiar nombre lo recibe porque era la puerta por donde sacaban los desperdicios de la ciudad. Después de la de Jaffa, es la puerta más transitada en la actualidad, ya que da directamente al famosísimo Muro de las Lamentaciones y a la Explanada de la Mezquita, los dos elementos arquitectónicos más importantes de Jerusalén. Por tanto, tras pasar los estrictos controles de seguridad por arcos magnéticos y cintas de rayos X, accedimos a la explanada donde se encuentra la Cúpula dorada o Basílica de la Roca. Por supuesto, no está permitida la entrada a los no musulmanes, pero pudimos contemplarla y rodearla desde fuera. Sin duda, es el monumento más llamativo de la ciudad, por lo que se identifica perfectamente desde la lejanía. Después de La Meca y Medina, este lugar es el más importante para el mundo islámico. Según la tradición musulmana, en su día, esta cúpula estuvo recubierta de planchas de oro auténtico, pero al parecer hubo de ser retirado para hacer frente a las deudas del Califa Abd al-Malik, quien había construido este templo para proteger la llamada Piedra Fundacional, que sería el lugar desde el que el profeta Mahoma ascendió a los cielos, de ahí su nombre. Siglos después, se recubrió de nuevo con capas de oro, razón por la que brilla de esa forma tan espectacular bajo los rayos de sol. El templo no está exento de polémica, pues los judíos afirman que la roca que los musulmanes se ha adueñado y protegen de forma tan estricta es la mismísima roca en la que Abrahán estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac.

Cúpula Dorada

Vista frontal de la Basílica

Entorno de la Explanada de la Basílica de la Cúpula Dorada

Tras documentar fotográficamente todo el entorno, nos dirigimos al siguiente punto de interés, que no era otro que el Muro de las Lamentaciones, un lugar ante el que a algunos nos pasaba lo mismo que ante la Ciudad Rosada de Petra: que el corazón palpitaba más fuerte por sabernos por fin en ese lugar tan visto, oído e imaginado, pero nunca percibido con los sentidos. Ahora podíamos ver y tocar esas piedras milenarias que tanto han visto, pero que callan irremediablemente, como dejando a nuestra imaginación los horrores y alegrías que durante tantos siglos han presenciado. Este muro no tiene una sola rendija en la que no haya un papelito incrustado con oraciones o peticiones. Y muy cerca de la zona visitable (la masculina, por supuesto) hay una zona cubierta en la que hay una parte del suelo acristalada que deja ver los cimientos del muro, que es casi tan profundo como alto. Y también se encuentra un espacio cuidado al detalle en el que hay unas librerías con numerosos ejemplares de la Torá y del Talmud, para el uso diario. Lo más curioso es encontrar todavía, aunque supongo que más por nostalgia que por practicidad, un estuche en forma de prisma para guardar las Escrituras en su formato original, es decir, enrolladas, tal y como eran en tiempos de Jesucristo. Por lo demás, aquello era un hervidero de gente, de oraciones y de una veneración un tanto exagerada a unas piedras que a nosotros, los cristianos, poco o nada tienen ya que decirnos, pues ni nuestra religión es una religión “del libro” ni nuestra fe se sustenta en restos arqueológicos, sino en la persona viva y real de Jesucristo. Y esto es una gran suerte, pues nos libra de tener que anclarnos a un enclave concreto que, aún duradero, sigue siendo caduco.

Muro de las Lamentaciones

Detalle de las piedras con los papeles incrustados en las grietas

Al fondo, la profundidad que tiene el muro bajo tierra

Libros de oración en zona cubierta junto al Muro

Zona cubierta para el rezo en interior

Escuche (Teuchos) para la Torá

Alfabeto hebreo

Vista del Muro de las Lamentaciones y de la Cúpula Dorada

Y con estos recuerdos aún grabándose en nuestra memoria para siempre, nos dirigimos hacia otro lugar especial revestido de un aura de santidad que rebosa por sus cuatro costados. Me refiero al Cenáculo, el lugar elegido por Jesús para instaurar de una vez y para siempre la que será su forma de presencia entre nosotros más notable: la Eucaristía. Ahí tuvimos un momento especial, escuchando y meditando las palabras que el padre Jaime nos dirigía, a propósito de este elemento tan característico y fundante de nuestra fe católica, como es la Eucaristía. Tanto lo es, que se dice que no hay Eucaristía sin Iglesia, pero que tampoco habría Iglesia sin Eucaristía.


Ahí nació la Eucaristía

Y tras este mágico momento, nos dirigimos hacia la tumba del Rey David, algo que nos sobrecogió al pensar que estábamos junto al padre de esa dinastía de la tribu de Jesé que Dios eligió para ir conformando el camino y las circunstancias de la venida del Mesías, que todavía tardaría en llegar cerca de mil años. Y como quien no quiere la cosa, dejando atrás tanta historia acumulada casi sin darnos cuenta, nos dirigimos a la Basílica de la Dormición de la Virgen, en la que hay una imagen de nuestra Madre acostada y en total paz, dentro de un recinto cuidado hasta el más mínimo detalle para que se sienta en él un silencio y recogimiento especiales que la tenue luz de la velas no hace sino acrecentar. Ahí permanece, rodeada por varios pilares y cubierta por una pequeña cúpula con mosaicos dorados de Jesús y seis mujeres de gran relevancia bíblica, como son Eva, Miriam, Ruth, Esther, Yael y Judith. Fue éste un momento mágico que nos llevó con la mente volando hacia ese acontecimiento histórico que recordamos cada 15 de agosto con la fiesta de la Asunción. Esta Basílica es de reciente construcción, pues tiene menos de un siglo de historia, pero el lugar ha sido conservado y protegido con todo cariño por parte de los cristianos, pues se trata del lugar en el que, según la Biblia, María cayó en un profundo sueño. Ahora se recuerda este acontecimiento en un ábside semicircular decorado con un fantástico mosaico de la Virgen con el niño Jesús en brazos, los cuales están rodeados por los apóstoles.

Representación de la dormición

Imagen de la Virgen María


Y continuando nuestro camino, nos dirigimos a la Iglesia de San Pedro in Gallicantu, una de las más impactantes de Jerusalén, pues conmemora las tres negaciones de Pedro a Jesús, aunque  también su arrepentimiento casi instantáneo y su reconciliación con Cristo una vez resucitado.

Pedro estaba sentado fuera, en el patio, y una criada se le acercó. «Tú también estabas con Jesús de Galilea», le dijo. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: «No sé de qué estás hablando». Luego salió a la puerta, donde otra criada lo vio y dijo a los que estaban allí: «Éste estaba con Jesús de Nazaret». Él lo volvió a negar, jurándoles: «¡A ese hombre ni lo conozco!». Poco después, se acercaron a Pedro los que estaban allí y le dijeron: «Seguro que eres uno de ellos; se te nota por tu acento». Y comenzó a echarse maldiciones, y les juró: «¡A ese hombre ni lo conozco!». En ese instante cantó un gallo. Entonces, Pedro se acordó de lo que Jesús había dicho: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces». Y saliendo de allí, lloró amargamente» (Mt 26, 69-75)

Construida en una ladera del Monte Sión, esta iglesia es una obra de arte construida sobre unas ruinas bizantinas. Lo más impactante de ellas es el calabozo en el que se cree que estuvo encerrado Jesús la noche de su arresto en el Huerto de los Olivos, una celda excavada en piedra que, si ahora resulta claustrofóbica, a pesar de tener un acceso por medio de escaleras y estar iluminada con luz artificial, mucho más debía de serlo en la época de Jesús. Impacta el techo de la iglesia, con un ventanal en forma de cruz que deja pasar una luz radiante a través de las cristaleras, dejando ver los mosaicos que cubren las paredes. Por último, fuera de la iglesia destaca una antigua vía de la época herodiana, la cual es muy probable que fuese transitada en numerosas ocasiones por Jesús, ya que era el camino más corto para ir desde el Cenáculo hasta el Monte de los Olivos o Betania. Pero el plato fuerte del día estaba todavía por llegar. Aún nos esperaban la Basílica de la Natividad, Getsemaní y el Monte de los  Olivos.

Bajada a San Pedro in Gallicantu

Detalle de la cruz en el la cúpula

Bajada a la celda

Interior de la celda

Vía herodiana descubierta

La Basílica de la Natividad es ese lugar privilegiado del planeta que vio nacer a Jesús, siendo así testigo del milagro más grande jamás realizado por Dios: su encarnación en lo más pobre y dependiente, en un niño necesitado de pañales y de cuidados constantes. Todo un acontecimiento que no encaja de ningún modo posible en las mentes más racionales, aquellas que esperarían que Dios se hiciese presente mediante grandes acontecimientos y llamativas pompas. Si Dios hubiera venido al mundo en un trono de fuego tirado por caballos alados entre nubes centelleantes, muchos escépticos habrían aceptado mejor el Evangelio. Sin embargo, Dios no opera en clave humana, y por eso no actúa como lo haríamos nosotros, prefiriendo la sencillez a la sofisticación, aún a riesgo de resultar incomprensible, y por eso no sorprende que fuese un escándalo para los  judíos y una necedad para los gentiles.

Sin duda, el lugar más importante del mundo

Y con este buen sabor de boca, regresamos a Belén, donde nos esperaba la cena y el descanso. El día siguiente sería ya el último en Jerusalén, por lo que teníamos que cargar bien las pilas para no perder detalle de lo que nos esperaba aún por ver, pues aún quedaban dos platos fuertes por disfrutar: el Monte de los Olivos y, sobre todo, el recorrido por la Vía Dolorosa hasta llegar al Gólgota y al Santo Sepulcro. Como suele ocurrir, lo mejor se deja siempre para el final.   

martes, 26 de septiembre de 2023

27 DE AGOSTO: PETRA – MONTE NEBO – MAR MUERTO – BELÉN

 

El 27 de agosto era domingo, día del Señor. Por tanto, lo primero que haríamos al levantarnos sería celebrar la Eucaristía en uno de los salones junto al comedor del hotel. Ese día teníamos muchos kilómetros por delante y no volveríamos a tener ocasión de celebrar la Eucaristía, así que la celebramos a primera hora. No existe forma mejor de empezar el día. Y como se suele decir, pasamos de la misa a la mesa. Desayunamos muy bien y nos despedimos del Petra Moon hasta más ver…

Ya puestos en marcha, pusimos rumbo hacia el Monte Nebo, aquel desde el que Moisés vio la Tierra Prometida antes de morir y sin poder pisarla, como se nos cuenta en el libro del Deuteronomio. Pero antes tuvimos que atravesar algunos exóticos pueblos, en los que vimos actualizado a nuestros días ese mismo mercadeo que desde siempre ha caracterizado estas tierras. 




Moisés guiaba al pueblo israelita desde Egipto hasta la tierra de Canaán, pero durante la larga travesía el pueblo perdió la fe en numerosas ocasiones, por lo que Dios lo castigó a vagar por el desierto durante cuarenta años para que no pudieran llegar a pisar la Tierra Prometida. Sin embargo, Moisés, aunque no llegó a pisarla, sí pudo verla. Con esta información, el peregrino que se asoma al fantástico mirador natural del Monte Nebo, desde el que se contempla una vasta llanura de la tierra de Canaán, puede transportarse mental y espiritualmente a aquellos tiempos en los que Moisés pronunciaba su famoso discurso de despedida, sabiendo que en ese lugar acabarían sus días en la tierra. Desde luego, si en otros lugares el hombre ha sentido la necesidad de levantar templos y construir edificaciones en los lugares más emblemáticos de Tierra Santa, aquí podemos contemplar el maravilloso escenario bíblico en todo su esplendor, tal y como lo contempló el mismísimo Moisés, pues los paisajes que están a la vista, como Israel o el Mar Muerto, no han cambiado absolutamente nada. Solo de pensarlo, a uno se le erizan los pelos.

María nos indica dónde está exactamente el Monte Nebo

No obstante, existen construcciones y recuerdos emblemáticos, como el Memorial de Moisés, una tabla de piedra en la  que Juan Pablo II mandó escribir que el Monte Nebo es un lugar santo para la fe cristiana. Y por supuesto, también está la Basílica de Moisés, sobre los restos de una antigua iglesia bizantina cuyos restos y mosaicos, que datan del siglo IV, se han conservado bastante bien. Finalmente, se levanta imponente una magnífica cruz con una serpiente enrollada a ella, lo cual resulta bastante vistoso. Dicha cruz nos recuerda al relato del estandarte que Moisés levantó para curar a los mordidos por serpientes. 

Memorial de Moisés

Basílica de Moisés

Cruz y serpiente

Vista del Mar Muerto desde el Monte Nebo

Y terminada la visita a este fantástico lugar ya en la misma zona fronteriza entre Jordania e Israel, nos subimos al autobús para comenzar una enorme bajada de más de un kilómetro de descenso en vertical por carretera al punto más bajo del planeta Tierra: el Mar muerto. Si el Monte Nebo está a 700 metros sobre el nivel del mar, el Mar Muerto está a 430 metros bajo ese mismo nivel. No existe punto más bajo en la Tierra, y por eso le llaman “La olla del mundo”, no sin razón, sobre todo en el mes de agosto. En efecto, las temperaturas que alcanzamos allí, dudo mucho que las hayamos experimentado en nuestra vida, ni siquiera en esos veranos extremeños que, si por algo se caracterizan, es por ser tórridos. Y la bajada parece interminable por una sinuosa carretera muy poco transitada que va dejándonos ver un paisaje como el de Qumrán, un lugar muy importante desde el punto de vista bíblico, pues allí se encontraron los que se conocen como “Manuscritos del Mar Muerto”. Y ya en lo más bajo de la olla del mundo, no podíamos más que aprovechar una ocasión única: bañarnos en las famosas aguas del mar más salado del mundo, esas en las que no es posible hundirse ni queriendo porque un 30% del líquido elemento es sal, un porcentaje elevadísimo, si tenemos en cuenta que la salinidad del mar ronda el 3,5%. No es que estuviese el día como para bañarse en unas aguas que rondan los 35 grados en verano, pero es que tampoco hay mucho más atractivo en este lugar tan inhóspito, y todos sabíamos que si nos íbamos sin bañarnos en las aguas más famosas del mundo, después nos arrepentiríamos. Y la experiencia estuvo bastante bien, pues  nadar en esas aguas es casi como nadar en gelatina, toda una experiencia que ya podemos decir que hemos vivido. Y como era normal, estábamos deseando salir de ese hervidero para meternos en el bus al amparo del aire acondicionado y salir rumbo a Israel, que nos esperaba impaciente.

Bajada hacia el Mar Muerto

Llegada al Mar Muerto

Algunos nos dimos un buen baño

Nuestro destino era Belén, pero para llegar allí teníamos que pasar por Jerusalén. Jaime, nuestro sacerdote-guía-compañero-amigo-peregrino-confesor-pañuelo de lágrimas nos iba contando historias sobre Tierra Santa, sobre cómo los judíos sueñan con un pedacito de tierra allí para vivir y ser enterrados en ella, y cómo las casas se construyen dejando las esperas en los pilares con la esperanza de poder levantar un piso más para los hijos que vayan viniendo a esta tierra tan especial para ellos. Y en un momento dado, nos dice que vamos a pasar por un túnel y nos pide cerrar los ojos cuando estemos atravesándolo. Lo hacemos mientras nos sigue contando cosas sobre Tierra Santa y Jerusalén, para decirnos después que abriésemos los ojos y mirásemos a la izquierda, una vez pasado el túnel. Y allí, imponente y majestuosa, se encontraba la ciudad eterna, la ciudad santa, la Jerusalén terrena que tanto anhelábamos ver y que ahora estaba frente a nosotros. Fue un momento mágico que jamás olvidaremos.

Y con estas, atravesamos la ciudad para dirigirnos a Belén, otro enclave sin igual que a partir de mañana también descubriríamos. Pasada la frontera de Allenby sin contratiempo alguno, nos fuimos directos al hotel San Gabriel, donde nos esperaba la cena, una ducha para quitarnos las sales y el barro del Mar Muerto y el merecido descanso, que falta nos hacía.